No hay mucha historia que contar, todo se resume en una palabra: agua. Agua al salir de Astorga a las 6 de la mañana; agua todo el camino; agua al llegar y preparar las bicis; agua al salir; agua toooodo el recorrido (a a veces ligera, a veces torrencial), niebla y 5º en la subida a los lagos, y cuando estábamos volviendo a Cangas de Onís.... paró de llover.
En principio pretendíamos salir Carlos, Juan y yo y rodar unos kilómetros a ver que tal nos respondía el cuerpo, puesto que la lluvia reinante no era muy buen augurio. La verdad es que tras 10 minutos de rodaje ya estábamos totalmente empapados, y dado que no hacía mucho frío (10-11 grados), pedaleando y con el chubasquero puesto el cuerpo se mantenía en calor. Así "volamos" a casi 40km/h de media los tres juntos la primera hora hasta el avituallamiento, donde apenas paraba la gente (graso error), y donde nos pusimos "hasta las patas" de todo. La idea era no parar en el siguiente avituallamiento porque estaba situado en el final de la penúltima subida en un sitio de mal acceso donde se apelotona todo el mundo. Una vez arrancamos de la primera parada, nos damos cuenta de que nos hemos quedado algo fríos... pues ya verás cuando bajemos los puertos pensé, y no estaba muy equivocado.
Comenzamos a subir el primer puerto puntuable de la jornada, la Tornería, y es allí donde confirmo mis malas sensaciones sobre la bicicleta, teniendo que dejar "escapar" a mis dos socios Juan y Carlos, que iban pletóricos de energías. Puerto duro con algunas rampas, las últimas, de gran dureza, por el dolor de patas calculo que rondando un 15%. Comienzo a tener serias dudas sobre el éxito de mi empresa, pero esas dudas se multiplican en el comienzo de la bajada, peligrosísima, con mucha inclinación, suciedad y agua. Mala combinación de elementos a la que se unió un invitado de última hora: mis zapatas traseras expiraron a mitad de bajada, siendo completamente imposible frenar por completo la bicicleta ni aún aplicando la máxima fuerza a los frenos. Entre la tensión propia de la bajada, el miedo a la caída, y la consabida lluvia, me quedé helado y me costó dios y ayuda entrar en calor, aparte de perder una minutada. Mis pensamientos iban más encaminados a llegar a la rotonda de lagos y dar la vuelta para Cangas de Onís, pero tras coronar el penúltimo puerto de la jornada, la robellada, parece que el cuerpo entró en calor, y lo que es más importante, las piernas comenzaron a funcionar.
Carlos y Juan bajan la tornería con solvencia, Juan delante y Carlos un poco más retrasado, llegando juntos a la subida a Lagos, donde Carlos hace un alarde de su buena forma al firmar una ascensión de lujo en sólo 57 minutos. Juan Hizo también una gran subida gracias a que pesa menos que un jilguero (esas horas de running han esculpido un cuerpo de atleta impresionante), en poco mas de una hora. Tras ellos llego yo al último avituallamiento líquido, donde me despojo del chubasquero, y parece que me quito 20 kilos de encima: ya en las primeras rampas me doy cuenta de que este año sí, esta vez llego arriba "con la gorra", y poco a poco voy recogiendo cadáveres por el camino, sobretodo en la famosa "huesera". La niebla le resta vistosidad a la subida, pero viene bien porque no ves lo que te queda, y el frío reinante y la ausencia de sol permite que el cuerpo se refrigere mejor. Así pues ascensión en circunstancias "casi perfectas" para mí, llegando arriba aún con fuerzas, aunque la bajada ya iba a ser otra cosa...
Mirar a quien nos encontramos por allí. Parecía un chavalín, los años no pasan por Chechu
La culpable de que el pabellón estuviera lleno hasta la finalización del sorteo.
Cómo estaba la plaza (también influyó que en la calle llovía)